lunes, 19 de abril de 2010


Edelmiro salió de clase muy nervioso, debía ya grandes cantidades de dinero al camello del colegio, y, además, sentí la impetuosa necesidad de consumir más. Era consciente de que cada vez se dañaba de forma irreversible, pero lo cierto era que, aunque al principio se sintió culpable por sus actos, ahora lo que hacía con su vida le resultaba completamente indiferente.
Nadie perdería nada con su muerte, puede que incluso, fuese mejor para todos, después de todo no era ningún secreto que muchos lo detestaban.
Tres chicos de porte imponente avanzaban hacia él, amenazantes, mostrando una irónica sonrisa dibujada en el rostro.
El más alto, el “cabecilla”, le dio un empujón en el hombro, con fuerza.

- ¡Ey, tío! ¿No tienes algo que darnos?

- Venga Fede, - espera hasta mañana. No me queda nada para reunirla toda – mentía, estaba sin blanca - ¿Podéis darme más?

Todos rieron.

- Sí no es por mi- el musculoso joven lo atrajo hacia sí, estrujándolo entre sus brazos – Ya sabes que somos colegas, - sus dos secuaces rieron por lo bajo – pero por tu culpa debo pasta, ¿comprendes? – dos pares de manos lo agarraron fuertemente, acorralándolo contra la pared. Fede, le dirigió una mirada amenazante, - Y como mañana no me traigas lo que te he pedido, te parto las piernas, ¿me oyes? Creeme que ya no tendrás ganas de andarte con bromas.

Los dos matones le soltaron. Edelmiro cayó al suelo, pero se levantó deprisa y los empujó para abrirse paso. Simulando indiferencia les dirigió una falsa sonrisa. Por dentro estaba desesperado, pero no quería mostrar debilidad.

De repente se le ocurrió algo que hacer.

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